A veces, viajando en tren veo en los rostros de mujeres que han pasado los sesenta años asomar un candor de adolescencia o de primera juventud y me convenzo de que la belleza, si real, es inmune al paso de los años. Se vuelve, acaso, una virtud discreta bajo la piel que cede a los efectos de la gravedad y sin embargo, también se muestra, como una revelación disponible sólo al ojo atento.
Quizá por la creencia de que habremos de perderla o por no entender sus cambios, nos cuesta envejecer, pero la belleza siempre estará ahí donde alguna vez fue reconocible y causó admiración.
En su naturaleza esencial, nada la invalida o la destruye, pero ello no significa que todas las mujeres y los hombres se sientan cómodos con esa manera distinta de expensarse que adquiere la belleza a cierta edad y en esos casos, la cirugía estética se ofrece como una posibilidad de devolver al rostro sus contornos y sus gestos pasados.
Contrario a lo que se piensa, este tipo de intervención no rehace ni inventa los rostros, sino que recupera en ellos tiempos anteriores de la belleza. Entonces, operaciones como la cirugía de párpados o los rellenos faciales no son precisamente recursos que modifican la cara al grado de convertirla en otra o falsificar sus rasgos.
La primera regresa el gesto lozano a la mirada por medio de una intervención que retira el exceso de piel y grasa de los párpados, sin que el procedimiento implique el uso de algún tipo de implante o cuerpo extraño.
De manera similar, los rellenos faciales alisan los surcos o líneas de expresión que aparecen en el rostro después de cierta edad y, en muchas ocasiones, se elaboran a partir de grasa autóloga, que al extraerse del propio organismo no supone el riesgo de que se produzca un rechazo y ofrece resultados de larga duración.
Ambas técnicas mejoran la apariencia personal sin modificarla en su naturaleza. Después de todo, la vejez no es enemiga de la belleza, como se nos ha hecho pensar, sino más bien una época en que esta asume nuevos gestos, sin que por ello le esté vedado revisitar los de otros tiempos. Por eso, me cuento entre los que piensan que el estigma asociado a las cirugías plásticas debería desaparecer, o abrir paso al reconocimiento de que cirugías como éstas contribuyen, sin evadirla, a nuestra reconciliación con la idea de la vejez.